Una arquitectura bella, llegando a un estado integral de plenitud vital en cada ser humano al entregar su existencia, así es la arquitectura de la justicia social, pues la arquitectura ligada al estado de bienestar estará centrada dentro de la propia dimensión humana. Es decir, integrada al cuidado de la familia, el empleo, la educación, la salud universal, accesibilidad y un buen ingreso.

Considerando que la arquitectura es un derecho primordial y que debe construirse como patrimonio edificado proyectando en lo social, la igualdad humana, esta logrará conformarse como un medio para eliminar fronteras entre los humanos y tender puentes en sus diversas identidades para la comprensión de sus historias culturales.

La desigualdad en la arquitectura se ve en la periferia de todas las zonas urbanas. Una arquitectura ligada a la justicia social inicia con puntos básicos, su ubicación ligada a los equipamientos de educación, salud y cultura, la ventilación e iluminación, sus vistas y cercanía a áreas verdes y parques públicos. Son factores de justicia social.

Si nuestra forma de hacer arquitectura y planificar ciudades conlleva a la destrucción del medio ambiental, la generación de pandemias, el consumo irracional, la migración, la desigualdad social o la pobreza, se está apostando por una arquitectura del espectáculo, una arquitectura genérica sin personalidad e identidad propia carente de sentido social.

Para construir una arquitectura de la justicia social, se requiere de emprendedores y artistas de la arquitectura que una a todas las clases sociales, con un profundo sello de servicio comunitario, para que la arquitectura empodere a las comunidades con diseño de conciencia social, siendo una arquitectura accesible a todos y se convierta en un manifiesto poético de una verdadera justicia social.

Ejemplos valiosos son el SESC Fábrica Pompéia de la arquitecta brasileña de Lina Bobardi, que fue la reutilización de la antigua fábrica de tambores en un edificio comunitario, educativo, deportivo y cultural en una comunidad pobre de São Paulo. Con sus torres en forma de zigurat de concreto, que liga albercas, talleres, biblioteca, auditorio, gimnasio y salas de exposición. El trabajo del arquitecto mexicano Oscar Hagerman es un canto a la vida para dignificar zonas rurales, cuidando sus tradiciones y sus rituales.

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