Transformando el presente, humanizando el futuro
¿Existe preocupación real por el futuro de nuestro país? ¿A quién debemos voltear a ver para saber cómo será nuestro futuro?
Siempre nos han dicho que el futuro de nuestro país son los jóvenes y niños; nos preocupa la falta de compromiso de muchos de los jóvenes que trabajan y el corto tiempo que son capaces de poner atención las nuevas generaciones en la escuela, pero, ¿alguna vez nos hemos preguntado cómo fue la educación que les dimos? Porque justo ahí está el punto de partida…
Las empresas hoy en día están buscando formas de integrar las cuatro generaciones que coexisten en ellas: las diferencias en formas de pensar, de vivir y los intereses propios por el momento de vida en el que están, hacen difícil que se dé la convivencia y consenso entre ellas, pero pocos se ocupan de observar lo mejor de cada una.
En el tiempo que fui maestra de licenciatura, 26 años para ser precisos, descubrí que las preferencias, gustos y valores de cada generación iban cambiando aproximadamente por década, requiriendo nuevas estrategias de enseñanza para poder conectar con los alumnos y lograr que se diera el aprendizaje y su profesionalización.
Sin embargo, algo muy importante resaltaba. El grosor de ciertos tipos de personalidad iba cambiando a través del tiempo debido a los patrones de la infancia que hubo, por lo que no me extrañaba esta modificación en sus conductas.
Sabemos que el cambio es la única constante y además que sobrevive el que se adapta más rápido al mismo. La dinámica de las nuevas generaciones es irreversible, por lo que en vez de luchar aferrándonos a un pasado que ya no existe, hay que comprender sus motivaciones, formas de pensar y nuevas habilidades tecnológicas.
Además, también es importante ir entrenándolos a desarrollar otras habilidades muy necesarias tales como la comunicación efectiva y asertiva, la inteligencia emocional, el trabajo en equipo, el liderazgo que logra resultados y a su vez transforma vidas, entre otras. Debemos colaborar con tolerancia y flexibilidad para sacar lo mejor de cada generación y así trabajar productivamente bajo consensos que nos lleven a lograr las metas.
Así que, como podemos ver, el futuro del país no son los jóvenes y niños, somos los padres y maestros quienes tenemos el deber de darles una educación integral: conocimientos, habilidades blandas, valores y una ética que guíe sus acciones.