Cómo romper con la necesidad de agradar y comenzar a vivir desde la autenticidad
Cuando era niño, aprendí a leer gestos antes que libros; una ceja levantada, una mirada que pesaba más que mil palabras o una sonrisa forzada, eran suficientes para entenderlo todo. Aprendí a decir que sí, a portarme bien, a ser “el niño educado”. Y también entendí, sin que nadie me lo dijera, que no había peor castigo que decepcionar a quienes me criaron.
Así fue como crecimos muchos. Fuimos educados para encajar, agradar y no ser conflictivos; nos enseñaron a saludar y despedirnos, a compartir aunque no quisiéramos y a quedarnos sentados cuando queríamos correr. Sin embargo, hoy me doy cuenta que esa bondad ha tenido un costo silencioso: el desconectarnos de nuestras propias decisiones.
Y es que el problema no es ser amable, el problema es cuando esa amabilidad se convierte en nuestra única forma de supervivencia. Así vamos tomando decisiones importantes desde un filtro que no es el nuestro: vivimos para no incomodar, no desentonar, no fallarles a los demás. Lo llamamos educación, pero muchas veces fue adiestramiento emocional.
Complacer no es lo mismo que ser generoso. Lo primero nace del miedo; lo segundo, de la libertad. Y cuando nuestras decisiones están basadas en frases como “no quiero que se moleste” o “mejor lo hago para que no digan”, no estamos eligiendo: estamos sobreviviendo. Entonces, ¿cómo se desaprende todo eso? ¿Cómo dejamos de agradar y empezamos a ser nosotros?
Comparto estas pequeñas rebeliones cotidianas que, aunque parezcan simples, pueden cambiarte la vida:
- Practica el “no” con respeto. Decir “no”, no significa que sea malo. Es ser claro, es elegirte siempre en primer lugar.
- El amor verdadero no se gana, se construye. Quien te quiere no necesita que te traiciones para sentirse cómodo.
- Haz una lista de decisiones pequeñas solo para ti. Desde qué quieres cenar hasta con quién pasar un domingo. Eso también es libertad.
- Haz que tu voz valga. Aunque tiemble, aunque apenas se escuche, aunque no guste. Sobre todo si no gusta.
Que tu historia ya no se escriba con los “debo” y los “tengo que”, sino con los “quiero”, los “me nace”, los “esto soy”. Porque complacer puede darte palmaditas, pero decidir por ti te alimenta el alma. Y si alguna vez te dijeron que pensar en ti es egoísta, aquí va un recordatorio: tu vida no es un proyecto de los demás, es solo tuya.