Cuando ser uno mismo ya no basta

Hace unos días, mientras navegaba en Instagram, me encontré con una publicación que decía: “Si no estás vendiendo tu imagen, alguien más lo hará por ti”. Me quedé pensando en esa frase y sin darme cuenta, a los pocos minutos me vi atrapado en un scroll infinito de perfiles perfectamente cuidados, historias milimétricamente diseñadas y biografías llenas de emojis e información dignos de una startup de Silicon Valley.

Entonces me pregunté: ¿Cuándo dejamos de ser personas para convertirnos en productos? Vivimos en la era de la “marca personal”, un término que hace unos años nos parecía como algo exclusivo de CEOs y celebridades, sin embargo, hoy parece una obligación casi para cualquier persona con acceso a internet.

La consigna que los nuevos influensers y expertos de las redes nos dan, es clara: debes construir, gestionar y vender tu “yo” como si fueras un negocio. Tienes que ser atractivo, interesante, original, tener un storytelling envolvente y por supuesto, un feed armonioso. Pero, ¿a qué costo?

La era de la marca personal

Influencers, coaches, expertos en marketing, neurociencias, entre otros, nos repiten hasta el cansancio que la clave del éxito es “ser auténticos”, pero nos damos cuenta que esa “autenticidad” también ha terminado siendo empaquetada y vendida como un producto.

El concepto de “ser tú mismo” se ha convertido en un guion donde cada gesto “espontáneo” debe estar calculado y cada imperfección debe ser estéticamente digerible.

¿Cómo llegamos aquí?, ¿en qué momento dejamos de ser individuos y nos convertimos en marcas que deben diferenciarse en un mercado saturado de “yo”? Y es que el problema no es convertirnos en nuestra propia marca, es el terror que nos genera la idea de ser completamente invisibles en un mundo donde el “like” es lo que nos valida. Esa presión de ser reconocidos y contar con una audiencia no ha llevado a una constante autoevaluación de nuestra relevancia social.

¿Estamos condenados a vivir así? No sé, tal vez sea tiempo de entender que no todo tiene que venderse. Que hay espacios que merecen ser privados y se vale. Que nuestra esencia no está en los likes ni en la estética de nuestro feed, ni en las historias “perfectas” que compartimos, sino en esos momentos sin filtro, sin planes, sin hashtags. Y tal vez, es ahí cuando logremos realmente conectar y alcanzar nuestros objetivos.

La era de la marca personal