El espacio arquitectónico escolar tiene un ambiente en que cada alumno identifica, cómo la atmósfera de experiencias ligadas al crecimiento del ser, va más allá del ente o del mundo de las cosas.
Como lo señala Heidegger, los alumnos aprenden a “ser”, no a “tener”, y esto dependerá de las interacciones de los ambientes, las personas, sus vivencias y entrenamientos para un mundo. Cómo construimos una arquitectura escolar, como cuidado humano y para el ser, con la finalidad de dar armonía a la propia vida humana en un mundo cada vez más hostil.
Bernard Lonergan, pensador jesuita, ve la escuela en un espacio arquitectónico donde los alumnos trabajen en equipos para descubrir su insight; que puedan ir pasando de un sentido común a un sentido común inteligente en una fusión de horizontes posibles, cuyos proyectos puedan desarrollarse a través del ser atento, responsable, inteligente, apasionado y enamorado.
Y esto solo se logra en espacios arquitectónicos de aulas con bibliotecas perimetrales en los muros y bancas agrupadas en mesas redondas de equipos de alumnos pensantes y reflexivos, donde puedan trabajar en equipo y solidaridad, con proyectos vivenciados en cada expectativa de ellos y que propicien la salida de las escuelas para indagar en la vida misma.
Una arquitectura que abra sus muros a las ciudades, a la naturaleza y al cosmos. Una escuela cuya arquitectura de resultado de las formas culturales del habitar del universo, que permita a los alumnos pasar del patrón dramático y de sobrevivencia a los patrones inteligentes y estéticos.
Así establecer edificios que se abran con patios, taludes, terrazas, huertos, torres que observen el universo, miradores a la ciudad; plazas de dialogo y juego; las canchas, el gimnasio y la biblioteca, donde el desarrollo integral cuerpo – mente coexista de manera simbiótica. Con espacios para el diálogo respetuoso y de incremento del nivel intelectual, la tribuna de
discusión más que el aula donde solo se vacía el conocimiento, dando lugar a una escuela que Edgar Morín establece en la posibilidad de resolver problemas bajo la óptica de la complejidad, llevando al alumno de una dependencia a una autonomía que lo vaya formando como ser humano completo.