¿Cómo pensamos cuando ya no pensamos?

Creemos que pensamos, pero la realidad es que solo reaccionamos. Creemos que decidimos, pero casi siempre ya estaba decidido. El algoritmo, es ese chismoso silencioso que vive en nuestras pantallas, nos pone lo que “queremos” justo antes de que lo pidamos. ¿Magia? No, datos. Mucha información que hemos regalado en cada clic y cada like.

Entramos a Netflix, Spotify, TikTok o Amazon y las decisiones ya están tomadas. Lo hacen tan bien que no nos damos cuenta: pareciera que somos nosotros quienes decidimos, pero en realidad solo reaccionamos a lo que el algoritmo nos pone enfrente… él sabe más de nosotros que nosotros mismos.

Antes, elegir era un ritual, la búsqueda misma era parte del disfrute: entrar a una librería, perderte entre pasillos, encontrar un título al azar. Hoy, todo está empaquetado y servido. Elegimos dentro de lo que alguien más seleccionó para nosotros y nos convencemos de que somos libres, cuando en realidad solo estamos navegando un menú prefiltrado.

Ojo: nada de esto es casual. Todo es información que alimenta una máquina diseñada para que no la sueltes. El producto no es la app: eres tú, tu tiempo, tu mirada, tu clic. El negocio no es que aprendas ni que disfrutes, es que no sueltes el teléfono.

El algoritmo, es ese chismoso silencioso que vive en nuestras pantallas, nos pone lo que “queremos” justo antes de que lo pidamos.

El verdadero riesgo no es que nos sugieran cosas, sino que olvidemos cómo dudar y cuestionar. Pensar en automático es como dejar que otro escriba tus frases antes de que termines de hablar. Es cómodo, sí, pero también atrofia. Si el algoritmo acierta siempre, dejamos de preguntarnos si eso era lo que realmente queríamos.

Recuperar el pensamiento propio no es imposible. Es más sencillo de lo que parece. No hace falta mudarse a una cabaña sin wifi: basta un simple gesto. Leer un libro —de esos que compraste hace años y nunca leíste—, escuchar un disco completo o platicar con alguien sin revisar el celular cada tres minutos.

En la actualidad, pensar por ti mismo es casi un acto revolucionario. Y como toda revolución, empieza con pequeños gestos que parecen insignificantes, pero que cambian el rumbo, a veces solo es necesario algo tan simple como pausar el scroll.

Así que la próxima vez que abras el celular y el algoritmo te diga “esto es lo que quieres”, hazle un favor a tu libertad: duda. Porque si dejamos de hacerlo, llegará un momento en que no solo no pensemos… sino que ni siquiera nos demos cuenta de que ya no pensamos.

Recuperar el pensamiento propio no es imposible. Es más sencillo de lo que parece.

Lee más contenido de nuestro colaborador Rodrigo Gutiérrez