En los últimos años se ha diseminado en varias partes del mundo un modelo de trabajo llamado coworking, en el que se comparten espacios y recursos entre diferentes empresas, formando, en el mejor de los casos, un ecosistema de colaboración.

Este uso compartido de recursos tiene un impacto positivo en la economía de las empresas, pues en vez de requerir 8 impresoras, con dos de buena capacidad es suficiente para todos. La energía eléctrica de áreas comunes, el servicio de Internet, servicio de recepcionista, entre otros, se comparten, y al ser más eficientes, la cantidad de consumibles no renovables también se reducen, lo que da como resultado un beneficio en el medio ambiente.

Si se logra además hacer más eficiente el traslado de la gente a su lugar de trabajo al compartir el vehículo o coincidir en los horarios para utilizar la bicicleta como medio de transporte de forma segura, entonces el beneficio ambiental se incrementa.

Este tipo de prácticas requieren un cambio de mentalidad, pues implica ser más flexibles y tolerantes, así como estar dispuestos a tener una apertura a la colaboración con otras empresas, pues aunque se comparten espacios y recursos, se pueden tener ahorros importantes en gastos fijos, aunque el principal beneficio es la vinculación que se puede lograr.

En la ciudad de León, varios espacios de coworking han cerrado sus puertas ante la falta de empresas que estén dispuestas a adoptar este modelo, más allá de emprendedores que por necesidad económica se ven obligados a compartir la mesa de trabajo. Este tiempo de crisis puede ser un detonante que ayude a que este ambiente colaborativo entre actores económicos pueda finalmente crecer en nuestra región.

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