Las experiencias de espacios arquitectónicos se hacen con recordar aquellos lugares memorables que hemos vivido como un gran acontecimiento intimo único. Ese espacio memorable y el diseño arquitectónico van de la mano para construir nuestras atmósferas únicas en una sinestesia, participando en cuerpo y espíritu al mismo tiempo, con todos nuestros sentidos.

Una buena arquitectura estimula nuestra actividad cognitiva a través de las emociones ligadas a las sensaciones del espacio, pues siempre un diseño bien articulado de materiales arquitectónicos naturales, colores y remates visuales a la belleza natural o artística, conforman la posibilidad de experimentar nuestras vidas como una obra de arte.

 

O si la arquitectura lo demanda, pueden generar áreas de reflexión, donde un espacio diseñado de modo tortuoso puede llevarnos a meditar a través de sensaciones vivenciales una arquitectura del o para el dolor como lo vemos en los siguientes ejemplos:

 

Experimentar el Museo Judío de Berlín del arquitecto Daniel Libeskind está conformado por tres recorridos cuyos ejes conceptuales en lo que él llama la continuidad, el exilio y la muerte, por largos pasillos y escaleras prolongadas, que rematan en laberintos inclinados, donde perdemos la estabilidad psicomotora.

Jardines inalcanzables y obscuros espacios cerrados de gran altura que dan sensaciones de estar en los campos de concentración, con espacios de agudas esquinas y ventanas en formas de cicatrices. 

El cierre del espacio se arma al final en caras metálicas que expresan el horror del Holocausto y que al salir tenemos que pisar, esos espacios del museo son para ser sentidos, sufridos, escalados y meditados; nos llevan a que el cuerpo en “carne propia”, experimente a través de un diseño de la atmósfera del terror, la tortura nazi.

La arquitectura emocional de Mathias Goeritz, Luis Barragán y Ricardo Legorreta, donde emoción y vitalidad humana inspiran vida en una poética del espacio. El misterio y silencio son parte consustancial a la ritualidad de vivir fusionándose con los espacios de alto diseño; como en la Casa Gilardi de Barragán donde el gran eje de atmósfera amarilla remata con la alberca en tonos azules y rojos; o el Hotel Camino Real de Legorreta de la ciudad de México con esa entrada conformada por una celosía rosa y la fuente circular que te recibe a modo de purificación.

El Hotel Las Brisas en Ixtapa que logra con un escalonamiento sucesivo hacer que todos los cuartos del hotel, restaurantes y albercas tengan vista al mar. Con esos grandes vestíbulos a cuádruple altura enmarcando con grandes vanos verticales y puentes la selva, paisaje que deja intacto, dicha arquitectura de buen diseño logra una experiencia emocional que motiva la inteligencia y la hace crecer ligando las experiencias memorables con la vida misma.

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