Cada evento se convierte en una incubadora de talentos donde los mentores nos ayudan a acrecentar nuestra creatividad y talento, además, al mismo tiempo nos observan resolviendo problemas y ayudando a lograr cada vez más gente capacitada y con mayores certificaciones.
También he visto cómo los auditorios circulares tipo arena eliminan la importancia del pizarrón. El ponente se coloca en el centro, rodeado de ideas que llueven desde cada asiento y se votan al instante en el teléfono; o talleres en estos tipo arenas que nos ayudan por medio de circuitos cerrados a tener un aprendizaje práctico, no solo teórico.
Desde mi punto de vista, es un área de oportunidad para las universidades y un baño de realidad para los estudiantes: los planes de estudio se rediseñan, los valores corporativos se ponen a prueba y el estudiante deja de ser espectador.
Todas estos ejercicios dentro de nuestros eventos logran más lealtad y una cultura organizacional que respira aprendizaje continuo. Cada métrica mejora cuando la formación se vive como experiencia, no como trámite. Y esa es la magia que, como organizadores de eventos, podemos poner sobre la mesa: convertir cada congreso en un acelerador donde la educación y la empresa se fusionan para impulsar el talento que viene evento tras evento.