En cada época que marcó estilos, tendencias y vanguardias en la arquitectura, la ruptura de paradigmas va como cuidado y resguardo a una arquitectura como máquina para existir a modo de vida espiritual.
De la función y utilidad a las emociones para liberar el subconsciente; retos innovadores que centran una arquitectura para el cuidado humano, llena de belleza y justicia social o a una arquitectura para el espectáculo y los negocios.
Por un lado, existe la arquitectura supermoderna que innova en la imagen espectacular de los edificios; Zaha Hadid, Frank Gehry, Daniel Libeskind y Peter Eisenman, arquitectos superstar basados en la filosofía del postestructuralismo, de una arquitectura soportada en la complejidad, la arquitectura de flujos energéticos, de fractales, de gran impacto social y económico.
Así lo vemos en el Museo Guggenheim, el Museo Judío de Berlín, la nueva sede de la Autoridad Portuaria de Amberes y el Monumento a los Judíos Asesinados en Europa.
En contraste, con una arquitectura regional y contextual integrada a las comunidades que la viven, situada en su historia cultural para de ahí conformar sus patrones de diseño como en “la cualidad sin nombre” de una arquitectura atemporal como la de Christopher Alexander, o de una arquitectura soportada en la tradición de espacios humanizados promovida por Léon Krier.
Un paradigma de innovación en México es la arquitectura emocional del artista Mathias Goeritz, siendo un manifiesto para la elevación espiritual, donde la arquitectura debería de emocionar en un alto nivel del éxtasis para alcanzar el arte.
Más que un simple resguardo donde el sujeto sea un ser sujetado o esclavizado a una estructura espacial buscando una arquitectura con un sentido de proximidad humana. Aspecto que vemos en su Museo El Eco.
Otros exponentes son Ricardo Legorreta, con el Hotel Camino Real en México de escala Barragán, Pritzker 1980, con su arquitectura de recorridos que te lleva al sosiego de la seducción y al silencio.
En contraparte con una arquitectura funcional de José Villagrán con sus valores en lo útil, lo lógico constructivo, la belleza y la utilidad que conforman un programa arquitectónico eficiente.
Y otro paradigma de ruptura es la arquitectura de lo social, donde el arquitecto Óscar Hagerman hace una arquitectura para campesinos e indígenas situado en la defensa de la identidad, en la comprensión de sus modos de vida, proyectos desarrollados en el CESDER.
Y Carlos González Lobo, recién fallecido cuya obra de interés social es bella, expresiva, amplia espacialmente y con técnicas constructivas eficientes y novedosas. La arquitectura de cambios paradigmáticos se sitúa en una arquitectura espectacular o en una arquitectura socialmente justa, ambas posiciones son igualmente validadas para crear una nueva arquitectura.