Cuando pretendemos saber más de lo que sabemos

Vivimos en tiempos en los que “parecer” importa tanto como “ser”. Estamos obsesionados con aparentar y nos atrevemos a opinar sin tener el mínimo conocimiento, usando esa opinión como trofeo, jugando en mayor o menor medida a demostrar que “sabemos”, aunque a veces no entendamos nada. Incluso he escuchado a empresarios y líderes de opinión esbozar la famosa frase “Fake it until you make it”, como si fuera esta la clave de sus más grandes triunfos. 

El impostor social suele ser mentiroso por miedo. Miedo a quedar fuera de la conversación, a parecer ignorante, a no tener una postura sobre todo lo que el algoritmo decide qué es importante. Así, con una mezcla de ansiedad y vanidad, construimos una versión de nosotros que tiene la capacidad de opinar todo, saber todo y explicar todo.

Sobrevivir a la positividad tóxica

Aplicando de manera inconsciente, el efecto Dunning-Kruger, un fenómeno que explica cómo las personas con poco conocimiento tienden a sobreestimar sus capacidades, creyendo saber más de lo que realmente saben, mientras que las personas más competentes suelen subestimarse. Este comportamiento es cada vez más común, especialmente en estos tiempos en los que tenemos acceso ilimitado a la información, suponiendo que es reciente y verídica.

Leemos titulares, absorbemos frases, escuchamos podcasts, vemos tiktoks y reels de 30 segundos y con eso sentimos que ya sabemos. Pero el conocimiento rápido es tan efímero como el algodón en agua. En las redes, el saber se volvió espectáculo: hay que publicar lo que piensas, validarlo, adornarlo y hacerlo digerible para los demás. Haciéndonos presa del pensamiento fugaz y superficial, llevándonos poco a poco a creer que pensar demasiado profundo ya no es cool.

Sobrevivir a la positividad tóxica

Y así, detrás de todo ese ruido de voces pseudoestudiadas, hay algo profundamente humano: el deseo de pertenecer. Fingimos saber porque queremos ser parte, porque tenemos miedo de desaparecer en el mar de voces. Pero en el fondo, todos estamos improvisando, jugamos a ser expertos, a tener respuestas, a entenderlo todo. Y esa actuación colectiva nos deja vacíos.

A veces pienso que el acto más valiente hoy no es hablar, sino aprender a decir “no sé”, reconociéndolo con calma, sin culpa y con humildad. Entendiendo que hay una libertad enorme en no tener nada que demostrar.

Quizá el impostor social somos todos, jugando al equilibrio entre lo que entendemos y lo que aparentamos. Pero llega un punto en que la máscara cansa, y entonces la honestidad se vuelve alivio. Decir “no sé” es, de alguna forma, volver a empezar; volver a tener hambre de aprender sin miedo al juicio.

Porque al final, la gente que más enseña no es la que presume saberlo todo, sino la que sigue haciéndose preguntas. Y quién sabe, tal vez ese sea el nuevo lujo, el de inteligencia, el no tener todas las respuestas, sino la humildad y el coraje de seguir aprendiendo.

Lee más contenido de nuestro colaborador Rodrigo Gutiérrez