Y así, detrás de todo ese ruido de voces pseudoestudiadas, hay algo profundamente humano: el deseo de pertenecer. Fingimos saber porque queremos ser parte, porque tenemos miedo de desaparecer en el mar de voces. Pero en el fondo, todos estamos improvisando, jugamos a ser expertos, a tener respuestas, a entenderlo todo. Y esa actuación colectiva nos deja vacíos.
A veces pienso que el acto más valiente hoy no es hablar, sino aprender a decir “no sé”, reconociéndolo con calma, sin culpa y con humildad. Entendiendo que hay una libertad enorme en no tener nada que demostrar.
Quizá el impostor social somos todos, jugando al equilibrio entre lo que entendemos y lo que aparentamos. Pero llega un punto en que la máscara cansa, y entonces la honestidad se vuelve alivio. Decir “no sé” es, de alguna forma, volver a empezar; volver a tener hambre de aprender sin miedo al juicio.