La salud mental en gran parte del mundo, aún se sigue considerando un tema tabú. Esto ha ocasionado que hablar de cansancio, estrés o burnout, genere expresiones como: “Te quejas de todo, en mis tiempos era peor”, “Esperaba más de ti”, “Está de moda cansarse”.

Sin caer en ninguno de los extremos, e independientemente de la generación, trabajo, género, nivel social, bagaje cultural, educación o familia en la que crecimos, la realidad es una: el estrés existe, es real, tiene sus causas, consecuencias y por supuesto tratamiento.

Existen algunas causas estudiadas a las cuales se les atribuye la generación de estrés. Entre ellas la genética a pesar de ser un factor, no es determinante. La exposición a situaciones de violencia, cambios en el estilo de vida, entornos altamente competitivos, problemas en relaciones personales, hábitos de vida poco saludables, perfeccionismo extremo, malos ambientes de trabajo, entre otros, son causas inevitables de estrés.

Pero, ¿por qué nuestro cerebro se estresa? En realidad, nuestro cerebro nos defiende, no es que el cerebro se “estrese”. Lo que ocurre es que nuestro cerebro detecta una amenaza; algo inesperado que nos saca de nuestra zona de tranquilidad. 

Como ocurriría normalmente ante un peligro, el cerebro secreta cortisol, una hormona que te prepara para salir corriendo, así como lo escuchas: disminuye el flujo de sangre a aquellas zonas que no lo requieren como indispensable, aumenta la presión arterial, afecta la digestión, retiene azúcar, grasa y carbohidratos porque desea que tu cuerpo tenga energía (para salir corriendo). 

Nuestro cerebro no distingue entre el evento real o la amenaza, esto significa que si tú piensas, aunque no ocurra, en algo que te preocupa, tu cerebro secreta cortisol. Ahora imagina lo que ocurre cuando tenemos un nivel de estrés crónico.

¿Es posible contrarrestar los efectos del estrés? Por supuesto, la actividad física es un factor detonante de endorfinas, las hormonas de la felicidad. Una buena alimentación mejora el sistema inmunológico, hacer meditación controla tu respiración y con ello alivia el estrés.

La clave es ser consciente de que la salud física es tan importante como la mental. Aprender a conocer nuestros sentimientos, nuestra condición y reconocer cómo estamos, es el primer paso para transformar aquello con lo que no nos sentimos bien. Y recuerda siempre, que no estás solo, es válido y sano pedir ayuda a un profesional.

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