Toda narrativa y su desarrollo se ve fundamentado en dos ejes transversales: tiempo y espacio. El espacio, que en las artes visuales y narrativas ha encontrado su representación a través de lo arquitectónico, lo habitable y lo que sucede en ese espacio.

Con el paso de los años y la experimentación de las formas cinematográficas, el cine ha evolucionado y entretejiendo su historia con las vanguardias narrativas y estilísticas de cada época. Los años 20’s y su arquitectura veían el futuro con la verticalidad de las líneas de los altos edificios Art Decò. El cine adoptó tal visión del futuro, si bien en una narrativa crítica y distópica, a través de sus formas visuales de expresión.

Metrópolis (Fritz Lang, 1926) trazó ese puente visual entre la imaginación colectiva y la idea sobre el futuro. El escenario proyectado en la pantalla, sobre una enorme ciudad con edificios cuyas ventanas rozaban las nubes y grandes puentes los interconectaban, con vehículos y biplanos atravesando sobre ellos.

El cine en sí mismo, ha funcionado como ese puente entre la imaginación y las realidades de años próximos y como un escritor de la memoria visual histórica de la arquitectura, su paso en el tiempo y la manera en que han transformado su entorno.

Woody Allen en 1979 tejió una historia sobre el lienzo de Manhattan. Una visión en blanco y negro que resulta un poema de amor dedicado a la ciudad de Nueva York, en el que la relación entre los personajes y el desarrollo de la historia funcionan como una simbiosis con la ciudad, el espacio que hace posible que los hechos narrativos se conecten. Esa visión cinematográfica perpetúa visualmente (y la critica en ciertas formas) la Tríada arquitectónica de Vitrubio: firmeza, utilidad y belleza.

Tal película, y el cine en general, gira de una manera directa o fortuita, alrededor de un espacio arquitectónico.

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