Bajando del avión y una vez camino hacia la Medina de Marrakech, los nervios van asaltando tu mente y tu cuerpo. Motos, autos, transeúntes atrevidos y camiones tratando de pasar al mismo tiempo por el mismo lugar, se mezclan entre vendedores ambulantes, encantadores de serpientes y domadores de simios. El color, sabor y olor de esta ciudad única se hacen presentes para envolver al visitante en una experiencia exótica y multisensorial.

Desde actividades culturales hasta de diversión, Marrakech ofrece varios destinos obligados a visitar, entre los que se encuentran la Plaza Jemaa El Fna, el minarete de la Mezquita Koutoubia, los Zocos, la Madraza Ben Youseff, el Palacio de la Bahía y el Mausoleo de la Dinastía Saadí.

Mientras recorro las intrincadas callejuelas, me pregunto: ¿qué pudo haber visto el gran diseñador Yves Saint Laurent para hacer de esta ciudad su morada y tumba?

En la década de los 70, Saint Laurent creó una de las colecciones de alta costura más aplaudidas en las pasarelas parisinas, inspirado en las calles y la vestimenta típica de Marruecos. Una explosión de color y textura.

 

Saint Laurent cayó rendido ante el encanto de Marrakech, donde vivió y construyó su casa en los Jardines Majorelle, obra de arte botánica iniciada por el pintor francés Jacques Majorelle en los años 20 y continuada por Saint Laurent como su remanso de paz entre todo el caos. Ahí se encuentra su memorial y se ha abierto un museo en su honor que alberga una pequeña colección de sus mejores piezas inspiradas en su aventura marroquí.

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