Una cascada de cancelaciones de eventos y exposiciones de toda índole fueron presentándose una tras otra. Debíamos prepararnos para unos meses algo lentos, los conocidos se iban enfermando cada vez más cerca y bueno el encierro. Eso fue lo que el virus se llevó.

Como artista plástico, debo decir que sin tanta gente yendo y viniendo al estudio y sin salir de la ciudad más a fuerza que de ganas, esta situación me permitió, creo que como a todos, sacar pendientes y empezar por lo no terminado.

Ya no había prisa de terminar una colección o montar una gran exposición; el arte en el mundo se quedó en pausa… hasta nuevo aviso. Así que la creatividad en soledad ha sido una buena compañera de pandemia. El acto

creativo se da en soledad y el encierro nos la regaló.

Tres colecciones nuevas y después de 8 meses en contingencia, lo que el virus se llevó ha sido mucho, sobre todo las vidas de los cercanos. Se llevó la tranquilidad de un abrazo y un beso, los cumpleaños entre amigos y las celebraciones con los vivos y los muertos. Se llevó las exposiciones, los viajes, nuestra creencia de que la salud es normal y hasta el “a mí no me va a pasar”.

Por otro lado, este virus se llevó el miedo a la tecnología, el desconocimiento y el poder que tienen las redes y el Internet para la venta de arte y la visita a los museos del mundo. Se llevó el miedo a vivir con menos, las compras de impulso, los antros de moda y la necesidad de estar en cada evento. Se llevó el miedo a decir no y el dejar las cosas para después.

En realidad, este año ha sido intenso, sorprendente, inesperado. Se ha mezclado el miedo y la esperanza; la razón, la ciencia y la creencia. Nos ha dejado un poco cansados y enamorados de nuestra propia casa y la esperanza de que todo volverá a ser como antes, aunque esto no sea del todo cierto.

El clamor común es que ya se acabe este año, como si eso terminara de golpe con la pandemia, pero seamos ingenuos, seamos positivos; tengamos fe en que pronto podremos escribir una nueva historia.

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