A inicios del siglo XX, el cinematógrafo de los Lumière ya era un invento que llegaba a las grandes ciudades del mundo. En los Estados Unidos, fue la ciudad de Nueva York la que aplaudía por primera vez en Norteamérica la llegada de la misteriosa máquina de capturar movimiento. La técnica y los aparatos que hacían posible la proyección del celuloide filmado aún estaban en desarrollo, por lo que surgieron varios inventos para lograrlo.
Estas innovaciones generaron una guerra de patentes que llevaron al cine y a sus realizadores a los tribunales jurídicos y a los inventores a fijarles cuotas por el derecho a usar sus invenciones. El estado de Nueva York comenzó a tasar impuestos sobre la realización cinematográfica, haciendo que los cineastas de aquella época buscaran un paraíso para la realización alejados de los yugos legales.
Así, la mirada la fijaron al oeste americano, en una pequeña ciudad en el sur de California con animados teatros y ansias de nuevas formas de entretenimiento. Esas tierras llegaron a convertirse en lo que hoy conocemos como Hollywood.
En la década de 1930, se escribe y se pone en marcha el entonces temido y totalitario Código Hays, escrito por el líder republicano William H. Hays. Esta legislación sobre el cine, que irónicamente fue impulsada por la Asociación de Productores Cinematográficos de Estados Unidos (MPAA), describía lo que era considerado moralmente aceptable.
Incisos tan específicos en el buen actuar como que “El buen gusto y la delicadeza deben regir la utilización de los dormitorios. Evitar dar demasiada
importancia a la cama. Es preferible que las parejas casadas duerman en camas separadas. Si es imposible evitar la cama común, no se permitirá bajo ningún concepto mostrar a la pareja en la cama al mismo tiempo”.
Tales imposiciones legales tuvieron como consecuencia, la búsqueda de nuevas narrativas, temáticas y sus formas naturalmente gráficas de representar las historias, los impulsos humanos y sus deseos, se han encontrado con otras fuerzas legales que en su afán de controlar a sus realizadores y las historias filmadas, la manera de sugerir sin mostrar. La sutileza del lenguaje audiovisual para contar más allá de lo evidente. Formas de escapar de la censura. De huir de la ley.