Ver una película que nos cause temor es algo que muchos buscamos, y otros evitamos a toda costa, ya que el disfrute de estos productos audiovisuales suele ser un gusto adquirido que podría considerarse atípico, porque objetivamente, el miedo es una emoción desagradable en términos generales.

Pero no todo se trata de sustos repentinos, monstruos o fantasmas; esta emoción se explota de múltiples formas en el campo cinematográfico. Desde las clásicas historias de horror con vampiros, zombis o espectros hasta llegar a terrenos más complejos y terroríficos, donde la realidad puede superar de sobremanera los alcances de nuestra imaginación.

Un claro ejemplo de la creación de atmósferas en este campo, es el director Robert Eggers con su obra “La bruja”. Donde la imaginación de los personajes construye ese miedo a lo desconocido y que poco a poco va mermando la mente de los protagonistas. Una historia que en primera instancia podría parecer un cliché del cine de horror, pero que paulatinamente se sumerge en los temores más profundos y primitivos del ser humano, transformándose en un relato que roza con el terror y abraza la incertidumbre de aquello que no se comprende.

Y es que la gama de historias que pueden llevarnos a sentir pavor es amplia. Es ahí donde el suspenso y la incomodidad aparecen para teñir la variedad de narrativas del horror. Un trabajo que juega con estos elementos es “Viejos”, del famoso director Night Shyamalan (Sexto Sentido). En “Viejos”, el director acude a un temor primigenio y a la vez actual: el miedo a envejecer, pero no de manera natural, sino a la terrible inquietud de hacerlo de forma increíblemente rápida. Un filme que nos enfrenta al hecho ineludible, y muchas veces aterrador, de nuestra finitud.

Pero como se mencionó anteriormente, la realidad supera con creces las ficciones que se nos narran. “La libertad del diablo”, de Everardo González, es de esas obras que transforma nuestra percepción del significado de miedo. Un documental que ocupa el espacio vacío del cine de terror en nuestro país y que narra de manera apabullante una realidad tan cruda que no puede definirse de otra manera que no sea “terrorífica”.

A pesar de que estos géneros se han visto mermados por la falta de propuestas, el desinterés de las audiencias y la crítica, encontrar una obra que nos atrape con esa atmósfera de miedo e incertidumbre es, paradójicamente, muy reconfortante.

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