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Paolo Sorrentino (Nápoles, 1970) es para mí, sin duda, uno de los directores más influyentes del cine contemporáneo. Su obra, como la de muchos de los grandes de la historia, entre poética, autobiográfica y contemplativa, alcanza en su última pieza un carácter que se escribe tal vez como el más introspectivo de toda su filmografía.
Fue la mano de Dios (È stata la mano di Dio, 2021), entreteje la historia de un adolescente que tal vez de manera insospechada, ama el cine. En su corta vida comienzan a explotar las pasiones que le darán la fuerte necesidad de contar historias.
La primera parte de la película, llevada de la mano principalmente por Toni Servillo, el actor fetiche de Sorrentino, transcurre como una hermosa poesía contada bajo un tono de comedia, confeccionada inteligentemente hasta desembocar de manera intempestiva en un inesperado y doloroso parteaguas de la historia.
La película abre mostrándonos desde lo alto, justo en el anochecer, una Nápoles entre nubes, onírica, para después a un asfixiante embotellamiento en una avenida, haciendo un paralelismo directo a la escena de apertura de la maravillosa 8 ½ (Fellini, 1963) y los autos atascados en el túnel.
Entre una multitud agolpándose a la espera del transporte público, aparece una especie de Venus ataviada en un vaporoso vestido blanco. La historia se teje ahora entre la fantasía y la realidad, en una Nápoles que espera la llegada de Maradona como si fuera Dios mismo. Y para Sorrentino, y los napolitanos, realmente lo fue.
En el mundo planteado en la película, en el universo narrativo de Sorrentino, los trazos son Fellinianos. La enorme peculiaridad de esta gran obra radica precisamente en sintetizar memorias, ambientes, sentimientos y una gama de vericuetos personales del director en una pieza sumamente autobiográfica.
Esto logra enganchar más allá de la anécdota personal y nos conecta con nuestras propias emociones; con pinceladas a la Fellini, llanto y risa al estilo Amarcord, nos entrega un auténtico Sorrentino, puro, desnudo ante nosotros a través de la pantalla, de su propio drama personal y la explosión de una vida en torno a la gran pasión del arte cinematográfico.