Todos los seres humanos estamos ligados emocionalmente con el espacio que habitamos, y la mayoría de las veces no somos conscientes de ello.

El psicoanalista Alberto Eiguer llama el “inconsciente de la casa” a la forma en la que nosotros, a través de colores, objetos y muebles, proyectamos sobre el entorno nuestra personalidad, creencias, emociones y valores, de manera que se vuelve un reflejo de nosotros mismos.

Así como vestimos el cuerpo y elegimos con cuidado la ropa que nos representa frente a los demás, cuando decoramos nuestra habitación, casa, oficina o cualquier entorno, este nos transforma como personas y es una segunda piel que protege nuestra intimidad.

Eiguer afirma que un ambiente inanimado se vuelve animado con quien lo habita, por ejemplo, cuando alguien te prepara la cama, esta cama se convierte en parte esencial de la persona que te acomodo las almohadas o entibio la cobija, y así, tu hábitat se vuelve parte de ti y de tus emociones.

El lugar donde vivimos es mucho más que un techo que nos protege del clima, es también un refugio de amor; contiene recuerdos y experiencias, guarda el pasado y el futuro, a veces, de varias generaciones.

En nuestra casa celebramos las alegrías y los eventos más importantes de nuestras vidas, hay quienes han nacido en su casa y otros más que han fallecido. En ella comemos, descansamos, hacemos el amor, jugamos, peleamos y oramos.

Es ahí donde conservamos las costumbres y así como nuestro cuerpo, también la casa madura y envejece, la arreglamos, le damos mantenimiento, la transformamos, la abandonamos… ¿prefieres las ventanas abiertas o cerradas?, ¿usas las puertas como barreras?, ¿está tu casa llena de luz y energía? Es así de determinante la fuerza que ejerce la influencia de nuestro hábitat en nuestra vida.

Por siempre, el hogar, así como el cuerpo, tiene elementos que lo vinculan a otros: la familia, los amigos, los roomates, la casa de los abuelos, la de los hijos adultos, la de los amigos. No nos comportamos de la misma forma en cada casa, puesto que no tenemos la libertad que nos da nuestro espacio propio.

Es nuestro hogar una metáfora de nuestro ser interior. Tu cuerpo y tu casa son el hábitat de tus deseos y tus emociones, cuídalo, decóralo, disfrútalo y guarda la llave en un lugar especial de tu corazón. 

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