La vida avanza a través de ciertos rituales de paso que son indudablemente universales. Finalizar la vida escolar implica pasar a una verdadera vida adulta. El ritual de la graduación lo glorifica: se vive a tope la sensación del futuro frente a nosotros, la euforia alcohólica de la celebración. Simplemente, ser jóvenes.

 

Otra Ronda de Thomas Vintemberg (2020), elige a un glorioso Mads Mikkelsen para personificar el derrumbe de los sueños de juventud en la edad adulta. El personaje, Martin, quien décadas previas tuviera frente a sí una prometedora vida académica, vive ahora en sus cuarenta y tantos años atrapado en una ensombrecedora depresión en torno a su monótona vida como profesor de historia.

Para Martin, su oportunidad ya pasó. El planteamiento que catapulta la historia está dado por un colega suyo, Nikolaj, quien en la celebración de su cumpleaños número cuarenta, pone sobre la mesa un estudio psiquiátrico, que en resumen, plantea que los seres humanos vivimos con un déficit de 0.05% de alcohol en la sangre: es decir, que nuestro nivel de felicidad se alcanza viviendo siempre con un par de tragos en el torrente sanguíneo.

La decisión es simple: pasar tal estudio a la experimentación. Que el alcohol funcione también como una especie de bálsamo para sobrellevar la vida y sus tediosas necesidades de mejor manera. En las primeras fases de la etapa experimental, los resultados son contundentes: hasta los alumnos de tales profesores encuentran grandes motivaciones en su enseñanza.

La película es tal vez una de las más brillantes en lo que va del siglo. Lejos de ser una apología al alcoholismo o un road movie de personajes en su crisis de la mediana edad que dejan todo para encontrarse a sí mismos, Vintemberg lleva la premisa del filme hasta las máximas consecuencias, haciendo que los personajes no solo encuentren su motivación y sus mejores versiones de sí mismos a través del alcohol, sino también como una manera de deconstruirse, de demolerse y de encontrarse también con sus peores versiones.

Es a través de la perfección en la actuación de Mikkelsen nos encontramos nosotros, los espectadores, reflejados en la pantalla. Recordándonos que el cine es empatía pura, que sus actores no interpretan simplemente a personajes que fluyen en las páginas de un guion, sino que personifican a nuestros propios sentimientos, pasiones olvidadas y caminos hacia nuestras visiones de futuros personales.

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