Desde siempre la construcción en altura ha obsesionado a la humanidad. Ya desde los zigurats de Mesopotamia, pasando por las pirámides de Egipto, hasta las ínsulas romanas se advierte esta inquietud. En los dos primeros casos, el objetivo es la creación de un hito, un punto de inflexión en el paisaje. En el último, el deseo es la practicidad, la eficiencia espacial.

Ambos objetivos, la creación de hitos y la practicidad, siguen siendo las razones contemporáneas de la arquitectura vertical. Ya sea para albergar vivienda, corporativos, comercio, hoteles o el uso mixto.

La aparición de la ínsula romana, como primer antecesor de los apartamentos, supuso un gran avance en la arquitectura vertical. La perfección de estos edificios a lo largo del tiempo dio lugar al modelo europeo de ciudad compacta con una densidad intermedia, es decir, sin grandes recorridos, no con edificios de gran altura, sino de 5 o 6 plantas y una planta baja comercial.

De esta manera, se logró un uso mixto dando vida a las distintas partes de la ciudad en un horario muy amplio del día al estar mezclados los usos de comercio abajo y arriba las viviendas, oficinas e incluso escuelas. Esta arquitectura vertical es la que mayores beneficios, evitando por un lado la dispersión exagerada de la ciudad y también a través de una altura media, la saturación extrema.

El deseo de crear hitos o referentes en el paisaje ha obedecido a distintos objetivos. En la antigüedad, mucho más ligados a las cuestiones sagradas y de trascendencia y en la actualidad, más cercanas a la demostración de poder, de estatus y de dominio.

Los primeros rascacielos que se desarrollaron en Chicago buscaban estos valores, además de la eficiencia espacial y una ciudad menos dispersa. El primero de ellos, el Home Insurance Building, construido en 1885.

Las mejoras técnicas de la época como el perfeccionamiento del concreto y el uso de las primeras estructuras de acero posibilitaron cada vez construir con mayor altura, entonces empezaron a aparecer íconos que ya todos podemos reconocer, primero en Estados Unidos y luego el resto del mundo.

 

El rascacielos se ha convertido en el emblema de la modernidad capitalista, de hecho, muchas veces la aparición de edificios icónicos ha coincidido con momentos críticos de la economía. Tal es el caso de la Gran Depresión de 1929 con la aparición del Chrysler y el Empire State o en 1973 con la crisis petrolera que deterioró la economía mundial, coincidiendo con la finalización de las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York y la Torre Sears de Chicago.

En el contexto contemporáneo de globalización, los rascacielos también se reinventan. Ya no solo es la búsqueda de la mayor altura, sino de formas diversas la integración de innovaciones tecnológicas en su funcionamiento. Además, los usos son cada vez más variados, integrando en un solo edificio vivienda, centros comerciales, deportivos y corporativos, por ejemplo.

Actualmente, la mayor parte de las principales y más altas estructuras se desarrollan en países de Oriente y Oriente Medio, como el Burj Kahlifa en Dubai, finalizado en 2010 o el Merdeka 118 en Taipei, por terminarse este año.

Estos países han sido criticados por la posibilidad de realizar este tipo de edificios gracias a sus políticas opacas que les ha permitido muchas veces pasar por encima de los costes humanos, económicos, de servicios y ecológicos que implica la realización de estas súper estructuras y que en Europa y Estados Unidos cada vez es menos posible al existir una normativa muy amplia en todos los aspectos.

Por: Gabriel Sánchez Valdés | Director del Programa de Arquitectura del Tec de Monterrey Campus León

tec.mx/es/leon

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