Creemos que pensamos, pero la realidad es que solo reaccionamos. Creemos que decidimos, pero casi siempre ya estaba decidido. El algoritmo, es ese chismoso silencioso que vive en nuestras pantallas, nos pone lo que “queremos” justo antes de que lo pidamos. ¿Magia? No, datos. Mucha información que hemos regalado en cada clic y cada like.
Entramos a Netflix, Spotify, TikTok o Amazon y las decisiones ya están tomadas. Lo hacen tan bien que no nos damos cuenta: pareciera que somos nosotros quienes decidimos, pero en realidad solo reaccionamos a lo que el algoritmo nos pone enfrente… él sabe más de nosotros que nosotros mismos.
Antes, elegir era un ritual, la búsqueda misma era parte del disfrute: entrar a una librería, perderte entre pasillos, encontrar un título al azar. Hoy, todo está empaquetado y servido. Elegimos dentro de lo que alguien más seleccionó para nosotros y nos convencemos de que somos libres, cuando en realidad solo estamos navegando un menú prefiltrado.
Ojo: nada de esto es casual. Todo es información que alimenta una máquina diseñada para que no la sueltes. El producto no es la app: eres tú, tu tiempo, tu mirada, tu clic. El negocio no es que aprendas ni que disfrutes, es que no sueltes el teléfono.