Valorando cada pérdida como experiencia
Perder es una palabra corta, pero con un eco y trasfondo tremendos. Suena como caída, como error, como la muerte misma… ¿quién nos enseñó que perder es sinónimo de fracasar? Porque si lo piensas bien, perder es parte de la vida misma.
Y no, no estoy hablando de grandes derrotas, de esas que salen en los periódicos o de perder en el último minuto la final de fútbol. Estoy hablando de esas pérdidas íntimas, silenciosas, que nadie ve, como la oportunidad que no se concretó, la venta que no se cerró o ese emprendimiento que no prosperó.
Todos los días son una apuesta, no solo de dinero, tiempo o esfuerzo; es una apuesta de identidad. Cada día uno pone en juego sus ideas, sus valores, su intuición, y su nombre. Por eso, cuando algo no sale como esperabas, no es solo el negocio el que tambalea, a veces parece que el que se tambalea eres tú.
Una vez invertí todo en un proyecto. Este tenía alma y propósito, pero no funcionó, al menos no como yo lo había planeado. Y entonces llegó esa sensación espesa, desagradable, incómoda, que muchos emprendedores conocemos: la de haber perdido. Y con ella, la pregunta: ¿fracasé?
La respuesta, aunque no la vi en ese momento, llegó después. No, no había fracasado. Había aprendido, había madurado, había crecido. Pero en ese instante, dolía. Y lo más duro no fue perder el proyecto, fue sentir que yo era el problema.
Vivimos en una cultura que celebra al que gana y juzga al que tropieza. Sin embargo, perder no te hace menos emprendedor o menos capaz en tu trabajo… te vuelve más sabio. Cuando pierdes y no te desplomas, te haces más fuerte. Cuando vuelves a intentar después de una caída, te haces más valiente. Y cuando aprendes a separar tu valor personal de los resultados inmediatos, te haces libre.
Así que si hoy estás perdiendo algo, una inversión, una venta, un cliente, una apuesta, ¡no te etiquetes! No te encierres en el “no soy suficiente”. Detente, reflexiona, ajusta, pero sigue adelante, porque perder no te quita lo que ya aprendiste, ni lo que puedes lograr después.
Recuerda que emprender no es una línea recta. Es una especie de juego de serpientes y escaleras que te mantiene entre avance y retroceso, entre fe y realidad. Y cada paso, te está formando.