La vida que cambia para siempre

Hay libros que se instalan con suavidad en un rincón profundo del alma. Los milagros de la tienda Namiya, del japonés Keigo Higashino, es uno de ellos. Me lo llevé conmigo a unas vacaciones en la playa sin saber exactamente qué esperaba encontrar. Quizá una historia ligera, quizá una curiosidad oriental. Lo que hallé fue una especie de consuelo, un espacio donde el tiempo se detiene para hablarnos, sin prisa, de todo lo que aún se ha podido sanar.

La novela parte de una premisa sencilla: la tienda de un barrio donde, hace décadas, su dueño —el señor Namiya— recibía cartas anónimas de personas que buscaban consejo. Él respondía con una devoción que se siente casi sagrada. Años después de su muerte, tres jóvenes delincuentes se refugian en la tienda y comienzan a recibir nuevas cartas. Lo que sigue es un entretejido de historias que parecen pequeñas, cotidianas, y que van revelando conexiones profundas y silenciosas entre los personajes.

Lo que más me conmovió es cómo el libro muestra que todos, sin excepción, cargamos con preguntas sin respuesta. A veces son grandes y pesadas, como esa culpa que no se ha podido soltar. Otras veces, son dudas pequeñas e insistentes, como la punzada de no saber si lo hecho fue suficiente, o si se actuó con justicia.

Higashino no busca grandes respuestas, ofrece algo más valioso: escucha. Nos recuerda que escuchar al otro —de verdad, con el corazón disponible— es una forma de acompañarlo en el momento exacto en que más lo necesita, incluso sin conocerlo. Y en ese gesto humilde y sincero es donde ocurren los verdaderos milagros.

Los milagros de la tienda Namiya, del japonés Keigo Higashino

Mientras leía, me pregunté cuántas veces en mi vida he deseado escribir una carta así, dejarla en algún buzón secreto, sin saber quién la leería, solo esperando que alguien, en algún rincón del mundo, me dijera que todo iba a estar bien. Y también me pregunté si acaso no he sido yo, sin saberlo, el buzón de alguien más.

Los milagros de la tienda Namiya me deja una certeza: el tiempo no es lineal cuando se trata de sanar. A veces, una palabra dicha hoy repara una herida de hace veinte años. A veces, ayudar a alguien más a encontrar su respuesta es la única forma de hallar la propia.

Este libro es para quienes creemos en las pequeñas señales, en las conexiones invisibles, y en la posibilidad de que un gesto amable —aunque llegue desde el pasado— puede cambiar el rumbo de una vida.