Exceso de información pone a prueba la capacidad de asombro del público
Parte del encanto del verano se encuentra en las salas de cine, ya que es una de las temporadas en las que estudios, distribuidoras y exhibidoras nos presentan algunas de sus propuestas más fuertes, esperando convertirlas en blockbusters. Esto ha generado una serie de polémicas y discusiones debido a la sobreexplotación de la industria audiovisual. Como todos sabemos, la cantidad no siempre representa calidad.
En mi última visita a una sala de cine, vi “Intensamente 2” y antes de eso fue “Furiosa”. Honestamente, me entretuvieron y las disfruté, pero no pude evitar compararlas con sus predecesoras y es evidente la sobrecarga de información que se presenta en estas entregas.
Podría compararlo sin problema con la manera de consumir en plataformas como Instagram o TikTok, donde hay un flujo interminable de videos con una multitud de temas que pocos pueden asimilar de manera consciente.
¿Cuál es la razón detrás de estas tendencias y decisiones de producción? ¿Qué provoca este tipo de corrientes? Las respuestas son muchas, pero yo me enfocaría en resumirlo en un par de elementos que considero los más notorios: nuestra creciente incapacidad de asombro y de atención.
No se intenta hacer un ejercicio crítico sobre la calidad de producción, sino una pequeña pausa de reflexión sobre la velocidad con la que consumimos información y la desechamos. Por ejemplo, escuchar comentarios como: “solo he visto la viejita”, sobre una película que tiene tres años de haberse estrenado, habla de una percepción de novedad y consumo que se cuestiona.
Creo que ver, leer o escuchar una historia nos permite vivirla de alguna manera. Por eso nos gusta tanto el cine, porque nos transporta a escenarios que evocan emociones. Sin embargo, a pesar de los avances tecnológicos, sociales y culturales, nuestra forma natural de procesar la información no ha cambiado demasiado. No considero esto negativo, sino una forma de entender nuestros límites cognitivos y crear obras que nos permitan disfrutar plenamente del cine que consumimos.
Cuestionar como espectadores la exigencia detrás de nuestro consumo desmesurado puede llevar a una industria audiovisual más saludable, a diferencia de la actual máquina de producción masiva. Aprender, innovar y crear es inherente al cine. Permitámosle respirar para que nos siga sorprendiendo con nuevas propuestas.