Ser escéptico en cuanto al número de premios y reconocimientos que recibe un producto audiovisual me parece algo esencial para poder valorarle de manera más objetiva (si es que eso es posible). Pero estar abierto, adentrarse y conocerle también es una aventura que, si tenemos suerte, puede atraparnos y otorgarnos satisfacciones muy grandes.

Y es que Succession, serie de la cadena televisiva HBO, no en vano ha recibido tantos galardones. Ya que además de ser un buen material de entretenimiento, demuestra la perfección a la que se puede llegar dentro de la producción audiovisual televisiva, que suele catalogarse en una categoría inferior a la del cine.

Esto último se ha ido difuminando, afortunadamente, por el cuidado riguroso que se ha implementado en la industria fílmica y por las capacidades técnicas que se han desarrollado para la democratización de la producción audiovisual.

Pero esta serie destaca de manera sobresaliente desde sus primeras emisiones en 2018, ya que su maestría no reside en un despliegue de efectos especiales ni en la grandilocuencia de mundos de fantasía, sino en la crudeza de su guion, que retrata un medio al que pocos tienen acceso, pero sabemos existe, la veracidad de sus actuaciones y escenarios, el diseño de su vestuario, su fotografía y la realidad que muestra como un espejo el mundo donde vivimos.

Succession, como su nombre lo indica, es una serie que retrata la lucha de unos hijos por ocupar el puesto de su padre, dueño de una multinacional colosal de medios de comunicación, pero no de la manera que se nos muestra en Game of Thrones (también de HBO), ya que aquí no hay dragones ni caballeros con armaduras.

 

Este es un mundo palpable, donde los conflictos e intereses se pueden trasladar de forma fehaciente a la realidad. Una historia en la que el poder se convierte en la moneda de cambio y donde el dinero es una simple herramienta hasta cierto punto intrascendente.

La avaricia, el poder, los límites de la ambición humana y sus vicios son los elementos que impulsan esta historia. Un trabajo donde su creador, Jesse Armstrong, ha cuidado cada detalle para otorgarnos uno de los trabajos audiovisuales más robustos de los últimos años y que afortunadamente llega a su fin con su cuarta temporada, digo “afortunadamente”, porque muchas veces son esos vicios los que matan a las series, y en ocasiones es mejor un gran final a una historia sin fin.

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