Medir cultura
Elizabeth Reyes Espino
Desde hace algunos años entramos al mundo de las metas medibles y cuantificables, tan usadas en las empresas de producción. Medimos el tiempo de respuesta, el número de productos vendidos, las ganancias, likes, seguidores, hasta las emociones. El objetivo siempre es conocer tus mercados, consumidores, target, perfiles y más.
En el mundo cultural, la medición también ganó terreno, el número de exposiciones, la cantidad de asistentes e ingresos son indicadores del éxito o fracaso. Ya he hablado del Louvre como el museo más visitado en el 2018 y sus estrategias para alcanzarlo. La competencia en la búsqueda de ser el número uno a nivel local, regional o mundial es parte de la línea discursiva de varios espacios culturales.
El resultado: una generación agotada. Agotada por los números. No hay quien se rinda en esta carrera interminable.
El Louvre ya tuvo su primer paro: su “capital humano” medido y cuantificado se cansó. En mayo pasado, sus guardias hicieron huelga argumentando el acoso de los visitantes para visitar la Mona Lisa era excesivo.
El Museo del Prado, en España, ya dio su postura: reducirá su número de visitantes a 70 por cada 15 minutos, cuando antes era de 80 personas. El Museo Thyssen redujo de 85 a 55 visitantes en un cuarto de hora. Ambos recintos, sustentan estas acciones en que para ellos es prioritario la calidad de la visita más que la cantidad de euros recaudados por las entradas.
Es verdad que no todas las instituciones culturales pueden darse ese lujo, es más, desearían poder tomar esas medidas preventivas más que “suplicar asistencias”. Sin embargo, vale la pena la reflexión, porque al menos en el arte, las mediciones son otras y mucho más placenteras, como la rica experiencia de observar cualquier obra y que nos cambie la vida. Pero esto, hasta ahora, no es indicador de éxito, al menos en los parámetros de la competencia de consumo.