Algunos estudios a propósito de la pandemia afirman que esta conducirá hacia un cambio radical en nuestras vidas, que es un antes y un después en ella. Maestros de la arquitectura como Norman Foster y otros expertos investigadores no están del todo de acuerdo.

Por Gabriel Sánchez Valdés

Director de la Carrera de Arquitectura del Tecnológico de Monterrey Campus León

 Por una parte, se han evidenciado todas las carencias que ya se padecían de nuestra arquitectura y nuestras ciudades de una manera flagrante y para las cuales ya había soluciones desde el pasado. Lo que ha pasado en realidad es que nos hemos descuidado en practicarlas, ponerlas por hecho. Por otra parte, que dicho evento está acelerando algunos cambios e implementaciones que ya se estaban dando desde antes en un ritmo más lento, sobretodo los referentes a las cuestiones tecnológicas y de uso del espacio.

Por eso es importante que intentemos rehumanizar la arquitectura y la ciudad que producimos. Algunos estudios e iniciativas de expertos se han orientado hacia el redescubrimiento e implementación de estas buenas prácticas sustentadas por investigaciones profundas e innovadoras.

Por ejemplo expertos en neurociencia y arquitectura como Colin Ellard han insistido en entender el diseño de nuestro entorno construido como una cuestión de salud pública. Ellard señala, por ejemplo, que la falta de contacto visual y corporal con espacios naturales y el placer que esto produce de manera cotidiana tienen impactos que van desde, elevar la producción de neurotransmisores que nos estresan, hasta producir efectos sobre nuestra fisiología a largo plazo como nuestra salud cardiaca y metabólica.

La preocupación por ser altamente eficientes de manera especial, tecnológicamente o en cuestión de rentabilidad, en detrimento por ejemplo de espacios verdes, nos han hecho a veces alejarnos de buenas prácticas que ya existían en arquitecturas anteriores a la nuestra. Por tanto, a veces es necesario retroceder en la tecnología, por ejemplo, para adelantar en el desarrollo humano. Poner la responsabilidad y lo humano por delante de la rentabilidad por ejemplo.

Otro aspecto es que a veces entendemos que la calidad de la arquitectura y por tanto su valía está en su imagen visual o incluso en su costo. De nuevo, estudios de la Universidad de Waterloo o el ITT de Chicago, han confirmado en los últimos años, que lo que más estado de confort produce en las personas es una experiencia integrada y simultánea de todos los sentidos.

Por eso las experiencias que más permanecen placenteramente en nuestras memorias son aquellas que involucran en mayor medida todos nuestros sentidos y no sólo la cuestión visual. Basar la experiencia positiva de la arquitectura y la ciudad sólo por su aspecto visual es reducirla al asombro, por tanto, a que ese confort desaparezca con la misma rapidez con la que aparece.

El lujo de la arquitectura realmente radica en la atmósfera. Esa sensación que generan en conjunto el espacio, la luz, la materia y el sonido que conviven en un todo armónico, que en algunas ciudades y edificios llega a ser sublime.

Finalmente, el factor de tiempo también es importante en esta rehumanización. El redescubrimiento de “la ciudad de 15 minutos” que ha hecho la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, como propuesta para su ciudad, ha retornado la mirada a ese modelo de ciudad. Un modelo en el que el ritmo de la ciudad lo marca la velocidad de las personas y no de los coches.

Ciudad en la que prima el tiempo para estar y permanecer sobre el tiempo para desplazarse. Esto lo logra a través de plantear en un radio no mayor de 15 minutos caminando, todo lo necesario para poder divertirse, educarse, trabajar, comprar alimentos, acceso a servicios de salud y transporte.

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