A favor o en contra de los premios de la Academia, es innegable que año con año abren el debate ante la expectativa de las nominaciones. Sería en parte erróneo definir si una película es buena o no por la cantidad de nominaciones o premios Oscar con que cuenta. Si ese fuera el parámetro, el buen cine sólo existiría ante los parámetros de la Academia.
Tales premiaciones, más allá de galardonar al cine como arte, buscan premiar al cine como espectáculo. A fin de cuentas, esa es la esencia de la cinematografía de Hollywood: una mera forma de entretenimiento que atrae a millones de espectadores y sus carteras.
Este año, el cine producido por la plataforma Netflix ha seguido haciéndose un lugar entre los premios de la Academia con 35 nominaciones, y por primera vez en la historia de los Oscar, hay dos mujeres nominadas al premio de mejor dirección: Chloé Zhao, por “Nomadland”, y Emerald Fennell, por “Promising Young Woman”.
El año anterior fue el de las grandes sorpresas, llevándose Parasite los grandes premios de la noche, una película fuera del circuito del entretenimiento hollywoodense, y que de alguna manera, hace voltear las miradas de las grandes audiencias hacia otros linderos del cine.
Las grandes películas que muchas veces no llegan a los Oscar son muchas veces desapercibidas por los grandes públicos, que cruelmente olvidan la existencia del cine independiente, de las formas cinematográficas que regresan al cine a sus orígenes más puros: el de la expresión artística.
El hecho de que una película no haya sido nominada, no implica que no sea digna de verse, o que por no haber llegado a más de una semana en cartelera no deba buscarse la manera de encontrarla. El cine cambia a la par de su audiencia y sus formas de consumo. El cine existe y está para todos más allá del encandilamiento de los premios.