El cine es un medio tan complejo como sus posibilidades de tocar nuevas audiencias, tan diverso como las capacidades de interpretación y apropiación cultural de sus públicos crecientes.

El video y las estrellas de las plataformas de streaming llegaron a revolucionar nuevamente la manera en que consumimos contenidos audiovisuales, haciendo que esas masas de consumidores cinematográficos cada vez puedan parecer más lejanos del concepto inicial del arte de la pantalla grande.

Personalmente, como docente en las estructuras del lenguaje audiovisual y la apreciación cinematográfica, observo una brecha generacional cada vez más difícil de franquear. Los grandes hitos que hoy se sostienen como pilares fundamentales de la historia cinematográfica cada vez se ven más distantes ante las formas de consumo de estas nuevas generaciones.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sin embargo, no debemos perder de vista la enorme importancia de los medios cinematográficos en la formación educativa y cultural. Buena parte de nuestra educación recae en las pantallas. El cine no dejará jamás de ser una ventana que nos asoma a otros mundos, a nuestro pasado y nuestro futuro.

Y eso se descubrió desde los primeros respiros del arte de la imagen en movimiento. El hombre había ya llegado a la luna sesenta décadas antes de Armstrong y el Apollo 11. Los grandes clásicos del cine estarán ahí siempre, esperando maravillar a los ojos de nuevas generaciones dispuestas a voltear al pasado para escribir el futuro.

Más allá de todas las transformaciones tecnológicas y culturales en la manera en cómo lo vemos, el cine seguirá siendo mucho más que una fuente de entretenimiento y diversión. Será una manera de aprender sobre nuestro entorno.

Y esto me lleva a volver sobre mis palabras de alguna de estas entregas: todos los de este siglo (y el pasado) crecimos con el cine. Todos hemos aprendido algo de él, tenemos una memoria sobre él y una manera de interpretar el mundo a través de las películas.

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